El pasado día 8 de abril se aprobaba en el Congreso la Ley Española de Cambio Climático, lista para tramitarse en el Senado.
El proyecto de ley entraba en el Congreso en mayo de 2020 y ha sido aprobada con fecha del 8 de abril de 2021. El antecedente más claro lo tenemos en enero de 2020 cuando, en vísperas de la Pandemia, el Consejo de Ministros declaró oficialmente la emergencia climática en España.
Es una ley importante que no solo va a intentar rebajar las causas del calentamiento global… sino también adaptar a España a los cambios de clima que ya se están produciendo.
Su principal objetivo es el de evitar las emisiones de Efecto Invernadero, quizá el mayor peligro ambiental que padecemos a día de hoy.
Es esa la premisa sobre la que se articulan todas las acciones, la mayoría de ellas cayendo directamente al sector Energético.

Hablamos de fechas de entrega: Para 2030 el 74% de nuestra electricidad deberá provenir de origen limpio, con la intención de alcanzar el 100% para 2050. Todo esto conllevará un boom de las renovables de agua, sol y viento, que serán la piedra basal de nuestro consumo eléctrico en los próximos años.
La eficiencia de consumo también influye en la lucha contra el Cambio Climático
Si bien hablamos de proveniencia, también tenemos que hablar de eficiencia de consumo.
No sólo vamos a tener que consumir de renovables, también vamos a tener que rebajar nuestro uso eléctrico en un 39% si queremos cumplir los parámetros de los que habla esta nueva ley.
Para ello, España también invertirá en las infraestructuras ya existentes para acondicionarlas a la energía verde. En concreto con un nuevo plan de rehabilitación de viviendas del que ya hemos visto unos cuantos bosquejos bastante interesantes y que intentará, por todos los modos, de reducir ese consumo eléctrico del que antes hablábamos.
Existe un importante reto que rompe un poco con la fluidez de esta nueva Ley y la implantación de las nuevas energías renovables y se trata quizá de la mayor incógnita de los años venideros: el impacto sobre el terreno. Las nuevas infraestructuras ocuparán suelo que forma parte de nuestro patrimonio natural y deberán de adaptarse estas nuevas instalaciones a las restricciones que se puedan imponer. Los macro-huertos solares serán, seguramente, una cosa anecdótica o del pasado, así como también los grandes parques eólicos.
Para evitar seguir utilizando energía denominada “guarra” o “sucia”, la Ley propone no conceder ninguna autorización nueva para explotar cualquier tipo de yacimiento de petróleo, gas y también el fin de la minería de uranio.
Otro de los puntos críticos que trata la Ley es la movilidad. Diremos adiós a los automóviles diesel y gasoil y se abogará por la peatonalización de los grandes centros urbanos, dando mayor valor e importancia al transeúnte. Las ciudades con más de 50.000 habitantes deberán de establecer estas nuevas zonas de bajas emisiones como los ejemplos de Madrid o Barcelona.
Estos son los puntos más importantes de la ley de Cambio Climático y a los que podemos ver con cierta esperanza de cara al futuro… pero ahora toca tragarse parte del orgullo y entender que hay problemas de los que no vamos a poder escapar de buenas a primeras. Se vienen temporales, sequías, inundaciones… y todo tipo de situaciones meteorológicas que nos afectarán en justa medida conforme a las emisiones que hemos ido generando.
De ahora en adelante vamos a tener que convivir con estas premisas de cortos temporales de altas lluvias y sequías más recurrentes. Desde esta Ley se pide y se invita a que se comiencen a evaluar los efectos del Cambio Climático y se empiece a idear planes que amortigüen y blinden nuestro día a día conforme a las nuevas conveniencias del clima.
Fuente: Aquí Europa
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