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La comunicación millennial es más partidaria de la comunicación asincrónica y las llamadas telefónicas, con la sintonía de los interlocutores en tiempo real, son ahora consideradas motivo de estrés.
Vivimos en la era del consumo frenético de información y las conversaciones asincrónicas, es decir, toda conversación fragmentada que no ocurra en tiempo real, se está convirtiendo en la tendencia en la comunicación millennial. El hábito de sostener conversaciones en tiempo real se percibe como algo casi invasivo o motivo de estrés. No obstante, esto no es necesariamente reflejo de una tendencia a “callar” y a buscar la comodidad.
Aunque los jóvenes millennials evitan la práctica de las llamadas telefónicas, el audio sigue siendo una constante en su forma de comunicación y una herramienta más que está integrada en las plataformas de comunicación y redes sociales más proliferadas. De modo que la comunicación millennial es menos formal en la virtualidad que en los entornos reales.
“Si en algo se caracteriza esta generación es en no callar nunca. Nos comunicamos más que en cualquier otro periodo de la historia. Una cosa es no querer llamar por teléfono, y la otra no expresarse oralmente. El tema de las llamadas o no querer contestar va más relacionado con la ansiedad social”
comenta al respecto, Janira Planes, la periodista especializada en cultura digital y directora de Wuolah

Pese a la percepción, es innegable que si algo caracteriza a la comunicación millennial es una creciente aversión global a las llamadas de teléfono, una realidad donde la mensajería instantánea ha ganado la partida de las comunicaciones de carácter personal. Así lo prueban las investigaciones más recientes que revelan que siete de cada diez millennials en Estados Unidos evitan las llamadas y que al 81% le da ansiedad hacerlas o recibirlas.
La actividad constante vs la comunicación
No han cambiado las intenciones de comunicarse, solo se han alterado en favor de la voluntad de espaciar las conversaciones en medio de la actividad constante de nuestras rutinas. Se sabe que a través de las notas de voz o audios en los que controlamos qué decimos, cuándo lo enviamos y en qué momento escuchamos la respuesta evitamos el estrés que anula la voluntad de interactuar con los demás. Esto se acentúa cuando el receptor no es de confianza.
Un reciente estudio del equipo de la doctora en Psicología y catedrática de Dartmouth Meghan L. Meyer, escudriñó las comunicaciones móviles de sus sujetos de prueba durante dos meses para relacionar la cantidad de conversación diaria telefónica con sus niveles de estrés.
Al final, los resultados coincidieron con los hallazgos de “evitación social inducida por estrés” que habían registrado en ratones que disminuían su interacción social al percibir episodios de estrés. En resumen, el estrés anulaba las ganas de hablar por teléfono con los demás.
Los tiempos se han adaptado a esta tendencia; por lo menos, en entornos profesionales existe una regla implícita que aconseja siempre recurrir primero al correo electrónico como vía menos intrusiva y respetuosa con el tiempo del receptor. Este y otros eventos dan que pensar que probablemente está en camino de perderse el sentido de una auténtica conversación con mutua disponibilidad entre interlocutores. Al menos es así en esta comunicación millennial.
La voz humana pierde terreno
El consumo fragmentado de la información a la que nos ha adoctrinado la frecuente navegación en internet mediante movimientos repetitivos y casi imperceptibles entre hipervínculos ha tornado nuestro consumo de internet en una experiencia menos lineal. No sería nada raro que nuestra propia voz también se fragmente en favor de esa no linealidad, motivado por el descuadre con el que operamos en la Red.
Se dice que vivimos la “era del postexto” por los cambios de consumo informativo, derivados de la acelerada integración del audio y el vídeo en nuestras vidas que, en la última década, terminaron por arrinconar al texto puro y duro en el consumo digital. Esa transformación bien podría ser experimentada también por nuestra voz en el ciberespacio cuando se normalice su aceleración en los audios de WhatsApp.
Lauren Collee en su ensayo Real Talk para la revista Real Life especula que la voz humana, como la entendíamos, también está llamada a transformarse en este consumo fragmentado y postextual como hemos venido observando en las redes sociales de videos como TikTok.
Collee especula que esta alteración vocal está relacionada con la idea de que la voz es la marca de la singularidad humana frente a lo digital y que su alteración constituye un pequeño intento de retener algo del ‘yo puro’ por la mediación tecnológica.
Y al final sigue siendo la voz humana esa última frontera de nuestra intimidad, el último atisbo personal con el que enfrentamos a un mundo que reclama expresarnos y ser vistos sin parar. Reflexionemos en esto antes de acelerar la velocidad de esa nota de voz que dejamos en visto en nuestro WhatsApp.
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FUENTE: El País.
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