“Cuando (el periodismo) pierde su interés por la verdad lo pierde todo”.
Aquel corpulento escritor inglés, cuyo tamaño igualaba su amor por la bebida, su humor y su lucidez, afirma en alguna de sus tantas famosas frases que, en teoría, la libertad religiosa significa que todo el mundo es libre de discutir sobre religión, pero en la práctica implica que a casi nadie se le permite mencionar dicho tema.
Como vivo en un país con amplia libertad religiosa, no discutiré este tema, pero sí hablaré de aquella paradoja sobre la que se basa la reflexión de Chesterton: que las teorías, al aplicarlas, muchas veces consiguen un efecto diferente —e incluso contrario— de su propósito inicial. Algo así sucede en mi profesión, el periodismo, en la cual el análisis teórico que afirma la imposibilidad de ser objetivos se transforma, en la práctica, en una negación del ideal de la objetividad y de la verdad, acarreando consecuencias poco deseables.
“El periodismo no puede ser objetivo”, me han dicho varios de mis profesores, “porque desde la selección del tema, de las fuentes, del enfoque, ya entra la subjetividad del periodista”. Estoy de acuerdo: no es posible ser cien por ciento objetivos al realizar un trabajo periodístico. Pero al llevar esta teoría a la práctica, la frase “el periodismo no puede ser objetivo” se suele transformar en “el periodismo no debe ser objetivo”, y entre el poder y el deber hay una gran diferencia.
Pero antes de meternos en un embrollo mental aclaremos los conceptos: el Diccionario General de la Lengua Española Vox define la objetividad como aquello que tiene la cualidad de objetivo, y objetivo lo define como “[persona] Que hace juicios de valor atendiendo a los hechos y la lógica, y no a los propios sentimientos o sensaciones”.
La diferencia entre “el periodismo no puede ser objetivo” y “el periodismo no debe ser objetivo” es abismal.
Si algo he aprendido en la carrera de periodismo, es que incluso en los géneros periodísticos más “subjetivos” —como los géneros de opinión—, las valoraciones y opiniones se suelen respaldar con hechos, como al argumentar usando ejemplos reales, o a través de la lógica, al emplear argumentos de causalidad o presunción. Y ni se diga en los géneros de interpretativos, los cuales buscan tratar los temas con gran rigurosidad y profundidad.
Volvamos. La diferencia entre “el periodismo no puede ser objetivo” y “el periodismo no debe ser objetivo” es abismal. Admitir que mi trabajo periodístico, por más riguroso que sea, por más fuentes que haya contactado, por más investigación previa que haya hecho, siempre va a tener mi huella personal, es un acto de humildad. Yo trato de ser objetivo pero, por mi naturaleza como ser humano, nunca lo lograré al cien por cien.
Por el contrario, pensar que porque es imposible ser completamente objetivo al hacer periodismo tengo una licencia para ser completamente subjetivo, es un juicio, cuando menos, arrogante. Es la noción de que mis prejuicios e ideología son más reales que la realidad.
Es, esencialmente, la diferencia que hay entre periodismo y activismo. El primero busca describir y analizar la realidad de una manera analítica, apegándose a un código ético y estableciendo la verdad como horizonte; por su misma naturaleza no puede ser cien por ciento objetivo, pero si puede tratar de serlo, en la medida de lo posible. El segundo, en cambio, busca transformar la realidad con el fin de que esta se adapte a una visión del mundo preestablecida, es completamente acrítico y fuertemente ideológico; lo que busca no es la verdad, sino el poder.
Permitiéndoseme entrar en estos tópicos, la actitud del activista me recuerda a aquel gigante que medía “seis codos y un palmo”, de quien nos cuenta Samuel, quien durante 40 días conturbó a los soldados de Saúl con un discurso altisonante y confrontativo. ¿Acaso no es esto lo que hacen los activistas, hoy día, en nuestra sociedad? Quienes repiten, con completa soberbia, una diatriba ideológica que necesitan imponer a Raimundo y todo el mundo.
La postura del periodista debe ser la contraria, tal pastor de ovejas, quien con un disparo certero de su honda, lanzando la piedra de la verdad, derriba aquel discurso campanudo, que se ve grande sólo porque está inflado con su propio ego.
Eliminar el ideal de la objetividad y de la verdad en el periodismo, por ser estos inalcanzables, equivale a degradarlo y convertirlo en un “periodismo-activismo”, cuyo máximo exponente son las prolíficas fake news, que tan de moda están hoy en día.
Las consecuencias de eliminar estos ideales, bajo el pretexto ser inalcanzables, pueden llegar a ser terribles. El periodismo corre, hoy día, el peligro de caer en el mismo limbo en el que se encuentran las artes plásticas, las cuales, después de rechazar el ideal de ‘lo bello’ bajo el argumento de que “la belleza está en los ojos de quien la contempla”, la excelencia y la calidad pararon de ser importantes, y el resultado son obras artísticas necesariamente feas.
No estoy proponiendo, en absoluto, que equiparemos al periodismo con la ciencia, ni tampoco pretendo que todo trabajo periodístico llegue a ser una descripción exacta de la realidad. Creo, sin embargo, que se deben mantener como ideales de esta profesión la objetividad y la verdad, aunque solo se logren alcanzar pobremente, ya que, como afirmó aquel corpulento periodista inglés con quien comencé la columna, “cuando (el periodismo) pierde su interés por la verdad lo pierde todo”.