Los múltiples y variados problemas que trajeron las olas de calor sin precedentes a la ciudad de París han impulsado la búsqueda de estrategias de adaptación para su infraestructura urbana.
En París, una increíble profusión de techos de zinc, junto con la propensión de la zona a veranos tan tórridos, ha obligado a las autoridades francesas a buscar medidas de adaptación y replantear la configuración de la estructura física urbana, para sobrellevar la inclemencia propia de las frecuentes olas de calor de la temporada.
El objetivo está claro: que las casas parisinas sigan siendo acogedores refugios por el resto del año, en lugar de hornos, a causa de las olas de calor.
Aunque París ha estado estos recientes días ligeramente por debajo de los 30º, no siempre ha sido así. Dejando al margen la mortífera ola de calor de 1911, cuando en la capital gala llegaron a alcanzar 40º a la sombra y las altas temperaturas dejaron en el país un saldo de unos 40.000 fallecidos en cuestión de solo 70 días, en la ciudad de las luces se han enfrentado a situaciones dramáticas por las olas de calor.
En 2019 una de estas olas dejó más de 1.400 fallecidos en Francia y años antes, en 2003, otra tomó 15.000 vidas. Ese verano los vecinos de París se enfrentaron a nueve días durante los que la temperatura diurna superó los 35º, con valores que llegaron a escalar a 40º.
Situaciones como esas permanecen latentes en el contexto en el que estamos, de no frenar las emisiones de gases de efecto invernadero. El IPCC ya advierte que a finales de este mismo siglo la temperatura global será casi tres grados superior a la que se registraba, por término medio, en la era preindustrial.
Las olas de calor no suponen solo el perjuicio de la sana rutina de la ciudad europea, sino la confirmación incómoda de la escasa adaptabilidad de muchos de sus edificios a la intensa canícula. En julio la Escuela de Medio Ambiente de Yale le dedicó un extenso artículo al tema en el que aseguraba que casi el 80% de los edificios de la ciudad están cubiertos con techos de zinc, un material metálico al que se recurría en el siglo XIX por su precio y resistencia a la corrosión y el fuego.
Jeff Goodell explica que esos mismos techos, ahora pueden resultar “mortales“, alcanzando temperaturas de hasta 90º en pleno verano. “Y como las buhardillas de los pisos superiores no estaban aisladas, ese calor se transfiere a las habitaciones de abajo“, apostilla el artículo.
Así como hay barrios, ciudades o países levantadas en costas por personas ajenas a un eventual ascenso en el nivel del mar, tampoco se construyeron ciudades pensando en las alteraciones del clima.
Esa realidad todavía está siendo estudiada y asumida hoy. Sobre la mesa se han puesto ya varias posibilidades para hacer frente a las olas de calor, como cambiar el color de los tejados o incluso su fisionomía. De todas las opciones que se han planteado esta última es quizás la más curiosa por su premisa: lo que plantea es reconvertir las cubiertas de edificios en espacios verdes.
Uno de impulsores es Roffscapes, una startup surgida del MIT hace ya tres años que acabó incorporándose a Urban Lab, el laboratorio de innovación urbana del Ayuntamiento de París y que incluso ganó la beca Paris Resilient Innovation para crear un proyecto piloto en la urbe.
Su propuesta es sencilla. Al menos sobre el papel. Lo que plantea es construir espacios verdes en los tejados inclinados de París para reducir las temperaturas y mejorar la calidad de vida de los vecinos. Todo con ayuda de estructuras de madera que sirven de soporte a espacios en los que cultivar vegetales, mejorar la retención del agua de lluvia y calidad del aire y reforzar la biodiversidad urbana.
“Supone una forma de desbloquear las posibilidades de los edificios. Estas superficies no se usarían de otra manera”.
explica Eytan Levi, cofundador de Roffscapes.
“En los centros de las ciudades europeas, dos tercios de los tejados son inclinados y no hay solución para hacerlos accesibles y ponerles superficies verdes. Mientras tanto, tenemos problemas con islas de calor y calor excesivo en los centros urbanos, entre otros problemas como el colapso de la biodiversidad, retención de agua de lluvia o falta de espacios verdes. Los techos verdes son una de las mejores maneras de abordar todos estos problemas”.
señala Tim Cousin en un comunicado del MIT.
La medida no es del todo nueva. En 2015 Francia decidió seguir los pasos de Copenhague e impulsó una normativa especial para obligar a los nuevos inmuebles levantados en zonas comerciales a cubrirse con techos verdes o paneles solares.
Su objetivo era combatir el efecto “isla de calor” que afecta a las grandes ciudades y lograr algunos beneficios extra, como absorber el agua de la lluvia, reducir la escorrentía y, en el caso de los paneles, impulsar las fuentes renovables.
Las cubiertas verdes no son la única solución que se propuso para afrontar las olas de calor. Otra de las opciones pasa por pintar tejados de blanco para mejorar su reflectancia y evitar así que absorban tanto calor, si bien —recordaba el artículo publicado por la Universidad de Yale— dado el color claro de los tejados parisinos de zinc el impacto de una medida así puede resultar modesto.
Otras ciudades han optado también por pintar algunas de sus calles de blanco para lograr un mayor reflejo de la luz solar y hay investigadores decididos a lograr el blanco más puro posible, con un nivel de reflectancia solar que se aproxima ya al 99% y ayuda a combatir el calor.
Ni los techos verdes ni la pintura blanca son los únicos recursos de los que dispone París para combatir las olas de calor.
La ciudad se ha dedicado a plantar miles de árboles con el propósito de llegar a 2026 con un sorprendente balance de 170.000 y ha apostado además por especies resistentes al calor. Como parte de ese empeño, ha echado mano también de un sistema de refrigeración urbana basado en una amplia red de tuberías subterráneas que enfrían lugares emblemáticos, como el Louvre.
Tampoco la capital francesa es la única en aplicar medidas para sobrevivir a las olas de calor. En Colombia, Estados Unidos, la India y China han desplegado también diferentes estrategias con un mismo propósito: evitar las islas de calor.