¿Es posible hablar de paz en tiempos turbulentos?

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La participación social, el diálogo y la movilización activa y responsable podrían ser decisivos en la búsqueda de un clima de paz en medio de las situaciones conflictivas actuales.

En nuestra labor cotidiana constatamos la imperiosa necesidad de construir colectiva y pacíficamente una nueva forma de estar en nuestro mundo, nuestra casa común. Ese llamado toca a personas, organizaciones, instituciones y movimientos, y se apoya en al menos tres elementos: la Complejidad, la Conexión, la Confianza, como claves para una nueva ciudadanía y convivencia planetaria. Nuestra región en las últimas décadas ha estado especialmente signada por el surgimiento y multiplicación de una diversidad de conflictos sociales.

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Como nos indica el informe de CIVICUS, gran parte de los países de la región tienen su espacio cívico reprimido, obstruido o estrechado por limitaciones o violaciones en el goce de los derechos humanos.

Observamos procesos políticos y sociales que indican una profundización de la polarización, ya sea en el contexto de procesos electorales conflictivos, implementación de políticas públicas que resultan en la restricción o exclusión de colectivos, criminalización de la protesta social, exclusión y violencia contra pueblos y comunidades indígenas, entre otros.

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No podemos soslayar también el aumento de los conflictos asociados a la explotación de los bienes de la naturaleza. Nuestra región cuenta con enormes y valiosos recursos naturales. Esta amplia disponibilidad de recursos y la creciente demanda, ha orientado a muchos países de la región a la explotación intensiva como vía para promover el crecimiento económico.

En nuestros márgenes esta lógica de explotación se ha dado en entornos sociales y políticos frágiles; sociedades con un modelo de consumo desmedido; acceso inequitativo a la tierra; crecimiento poblacional; desigual distribución de ingresos; debilidad o ausencia de políticas públicas adecuadas; ausencia de modelos de desarrollo inclusivos y colectivamente acordados. Es decir, los conflictos sociales no solo aumentan en cantidad sino también en complejidad.

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Aunque el panorama es alarmante, comprender esta conflictividad permite también encontrar oportunidades para abordarla desde una perspectiva de cambio social constructivo que asegure la justicia en las interacciones y en las estructuras sociales. Es clave comprender algunos elementos de su complejidad y junto con ello algunas pistas de acciones a promover.

Los conflictos sociales involucran múltiples factores, sociales, económicos, culturales, políticos y eco-sistémicos.

Por ello debemos favorecer miradas integrales a las problemáticas que permitan tomar en cuenta sus múltiples factores y también las necesidades sociales asociadas a cada uno de ellos. Siempre tienen dos dimensiones: una estructural y otra coyuntural.

Es decir las crisis suelen estar vinculadas a un evento puntual, el episodio, la noticia de último momento que aparece en los medios. Sin embargo, su origen se aloja en causas estructurales, más profundas, menos visibles, podríamos llamarle el epicentro, que encuentran en ese episodio una vía para manifestarse.

Sin duda es necesario atender los episodios y las crisis, sin olvidarnos que son apenas síntomas de problemas estructurales más profundos que de no ser atendidos adecuadamente se manifestarán una y otra vez en crisis subsiguientes. Es clave entender que usualmente estos conflictos ponen en interacción a personas y grupos diversos y heterogéneos, con formas de ver el mundo y marcos culturales muy diferentes que además mantienen relaciones en las que las relaciones de poder son asimétricas.

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Debemos apoyar y promover la participación social, el diálogo en sentido amplio, incluso la movilización activa, desde una lógica de responsabilidad y acción sin daño, que tome en cuenta estas asimetrías y disparidades, que genere condiciones más justas de relacionamiento y equilibre desbalances, y, en definitiva, que habilite nuevos modos de comunicarnos.

Uno de los actores clave en los conflictos sociales es el Estado, que, en sus distintos niveles, juega un rol clave, ya sea por acción u omisión al articular y gestionar estos intereses diversos. Cualquier acción de transformación debe invitar e interpelar a las instituciones a repensar las políticas, los vínculos y los canales con el tejido social.

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Al final, los conflictos sociales tienen una dimensión temporal e histórica. ¿Cómo evitamos ser ciegos a la historia sin quedar atrapadas en el bucle de la memoria? Aquí el llamado es a imaginar un futuro, un sueño común que contenga las luces y sombras del pasado convertidas en un tejido que nos narre y que permita caminar al futuro. Necesitamos una visión igual de compleja que los desafíos que enfrentamos, que genere sistemas conectados por y para todas las expresiones de vida.

Para lograr un cambio social constructivo hace falta generar sistemas constructivos y flexibles que evolucionan y se transforman respondiendo a la complejidad. Para ellos son necesarias muchas personas, grupos, instituciones y movimientos ya que juegan ROLES CLAVE para conectar. Son necesarios roles diversos, que dan cuenta de la diversidad, heterogeneidad, disparidades, diferencias y conexiones entre grupos.

Ese tejido social debe contar con muchos puntos de anclaje que tengan capacidad de generar pequeños y grandes cambios:

  • Apoyar las estructuras institucionales para hacerlas más justas y transparentes.
  • Favorecer los movimientos sociales, aquellos tradicionales establecidos, pero sobre todo los emergentes que conectan lo que no estaba antes conectado, los que generan puentes impensados.
  • Promover la justicia usando los sistemas tradicionales pero desafiándola también para encontrar modos justos de atender intereses sociales complejos en los que no solo puede haber ganadores y perdedores.

Observar, informar, fortalecer capacidades, activar y defender, acompañar, tender puentes, organizar,  son algunos de los muchos roles necesarios para pensar un nuevo modo de habitar esta casa común.

Esta aventura es imposible si no construimos y nutrimos la confianza en nuestra humanidad, en el valor de nuestra convivencia, una confianza renovada en los acuerdos de convivencia y en que colaborar es más constructivo que destruirnos. La confianza es condición vital para abordar el desafío de repensarnos en este mundo. Por lo tanto, necesitamos abrazar la complejidad, optar por la conexión y renovar o recrear confianza para vivir un presente turbulento e imaginar un futuro en paz.

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Colaboración de Ana Cabria Mellace, Directora Ejecutiva de Fundación Cambio Democrático, una organización social argentina dedicada a promover procesos participativos de colaboración para el abordaje de los desafíos y conflictos públicos. 


FUENTE / IMÁGENES: Nota de Prensa.

IMÁGENES ADICIONALES: Pexels.

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